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Las señoras de...

La literatura universal está plagada de personajes femeninos cuya ontología radica en el mito adámico. Dios creó al mundo en siete días. El último día, Adán nació y, para que no estuviera solo, de una costilla de su obra  Dios construyó a la mujer. Según esa visión cosmológica de la creación, la mujer es un apéndice del hombre, un ser incompleto que solamente encuentra su plenitud al unirse con su media naranja.

            Anna Karenina, Nora, la tía Tula, Elizabeth Bennet, María, Tristana o Marianela son personajes definidos en función del otro. Con la excepción de la señorita Bennet, creada por Jane Austen, las demás mujeres son protagonistas femeninas concebidas en la mente de un hombre. Para poder sentirse completas, necesitan encontrar a su pareja. Pero mientras que Platón sostenía en El banquete que tanto hombres como mujeres necesitan completarse ya que, ontológicamente, son entes incompletos castigados por Zeus hasta que concluyan el proceso de reconocerse y re-integrarse al hacer pareja, la mayoría de estas mujeres encuentra su razón de ser en el otro, por el medio de convertirse en la señora de. Y, en el caso de que no consigan lo anterior, la tía Tula por ejemplo, su realización personal se encuentra atada al cuidado del objeto de su amor.

El personaje de Unamuno (afortunadamente para ella) encuentra felicidad en los otros: en sus sobrinos, en Rosa, su hermana, y en el marido de Rosa. A diferencia de María (de Isaacs); Marianela (Galdós); y la Niña de Guatemala (Martí), quienes supuestamente fallecen al no poder encontrar la felicidad de pareja, ni llegar a convertirse en señora de, la tía Tula logra realización personal cuidando de sus seres queridos.

            El descriptor de, seguido del apellido de alguien, es uno de los más poderosos símbolos en el lenguaje ya que representa, inequívocamente, la posesión de un hombre hacia una mujer.

Más allá del dominio, el de implica seguridad, pertenencia, amor, éxito y dependencia. Muchas mujeres, tanto en la literatura, como en la vida real, viven de los logros de sus maridos. Se ufanan de lo que consigan en el trabajo y en la vida, y se sienten importantes, como los personajes literarios mencionados en los párrafos anteriores, por el estatus social que obtenga el dueño de, así como por su dinero, por su éxito y todo lo que consiga el poseedor de esas dos letritas que hace que una mujer siga siendo un apéndice del marido, o de la pareja que haya elegido.

            ¿Por qué esta palabra tiene tanto poder? El poder viene precisamente de esta hegemonía que las mujeres le otorgan al descriptor, así como de mandatos culturales ancestrales y del deseo de muchas mujeres de conformarse con el estatus quo.

Si las mujeres que han elegido su de están contentas con su elección, y si su amor por el marido, o por el estado de pareja les trae felicidad y realización personal, la decisión de vivir a través del otro puede tener sentido. Desafortunadamente, tal como en el caso de muchas de estas heroínas literarias, no siempre es así, pero la protección social de ser la de es tan fuerte y atrayente que en innumerables ocasiones prefieren vivir infelices siendo de, que felices solas.


Museo del Duomo, Florencia: Eva saliendo de la costilla de Adán. Imagne de Dominio Público.
Museo del Duomo, Florencia: Eva saliendo de la costilla de Adán. Imagne de Dominio Público.

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