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Copos de nieve, en la tierra de la eterna primavera

Foto del escritor: Maria Odette CanivellMaria Odette Canivell

Actualizado: hace 6 días

Habíase una vez un país, donde el clima era tan saludable que su gente lo bautizó como “el país de la eterna primavera”.

No hacía frío excesivo, ni calor para morirse (claro, todo esto era antes del cambio climático. Ahora, lo más seguro es que quién sabe cómo les va con las temperaturas, las inundaciones, y los huracanes; pero volviendo a nuestra historia…).

Los habitantes del país estaban muy contentos con las condiciones meteorológicas de su patria. A pesar de haber sido bendecidos por la naturaleza con montes de verdura intensa; montañas cubiertas de árboles frondosos; lagos y ríos de aguas cristalinas (hasta que decidieron verter todas las aguas negras en ellas) y volcanes majestuosos, los habitantes del país de la primavera que nunca dormía estaban fascinados por los copos de nieve.

Les encantaba su textura que se desliza por las manos; su suavidad inefable; su color blanco y luminoso como el alba; su viaje silencioso desde las nubes hasta perecer, en un momento, al contacto con la tierra y, tal vez lo más exquisito de la morfología de los copos de nieve: que cada copo es único y singular, y no hay uno que se le parezca en nada al otro.

Por razones meteorológicas y atmosféricas (además de por imposibilidades lógico-silogísticas), los copos de nieve no transitan por Guatemala, más que quizá en lo alto de los Cuchumatanes, allí donde moran de pascuas a ramos, pues ni siquiera cuando hace mucho frío se cubren los montes de nevados. Pero los guatemaltecos no se amilanan con nada, por lo que decidimos, en un momento inspirador preclaro e ingenioso, convertirnos en copos de nieve emocionales.

La idea no era mala. Por el contrario, es un ejemplo de una visión poética de la vida que permea muchas de nuestras interacciones; y que nos ha permitido crear obras literarias que no tienen nada que envidiar a las de los países donde la cultura paga, y los artistas y escritores no mueren del hambre al tratar de ejercer su profesión.

El resultado, sin embargo, fue sorprendente. El copo de nieve es efímero, radiante y luminoso, pero no tiene consistencia. Se ahoga, literalmente en un vaso de agua; y se deshace, casi con la mirada.

Muchos de nosotros nos hemos convertido en copos de nieve literales: nos ofendemos por todo. Como los copos de nieve, agarramos un resfriado emocional que nos deja en casa por siete días, tras haber recibido un mal cumplido; un regaño, o un desaire imaginado o real.

El copo de nieve es pariente del estado permanente de la chipencia coatemalense.

Lejos está el escribiente que los menciona, de hacer juicios de valor sobre si esto es bueno o malo. “Es lo que es,” diría el filósofo avezado.

Solamente acota, el autor de este blog, que los copos de nieve son capaces de doblar las ramas de un árbol, con el peso en conjunto de una unidad mínima.



Imagen, crédito: Alamy. Copos de nieve sobre Kent.
Imagen, crédito: Alamy. Copos de nieve sobre Kent.

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